miércoles, 9 de marzo de 2016

Musarañas (J. Andrés y Esteban Roel, 2014)


Macarena Gómez entre lagunas


Es interesante el entretenimiento que proponen Juanfer Andrés y Esteban Roel, que sin contar nada nuevo, realizan un buen trabajo de dirección, con una historia clásica y macabra, sustentada por una buena factura técnica (otro exponente más de esa especie de resurrección del cine de género nacional) y con la imponente presencia de Luis Tosar y una increíble Macarena Gómez. Ocurre, sin embargo, como en tantos otros títulos, que Musarañas está tan bien llevada en su introducción y en la creación de atmósfera que en un momento dado se pierde y se viene abajo de una manera tan pasmosa como previsible. Y en eso tiene la culpa un guión muy poco trabajado, que hace aguas por todas partes y que se toma más licencias de las permitidas. 

Tras la muerte de su madre y la extraña desaparición de su padre (Luis Tosar), Montse (Macarena Gómez), vive en un piso en el Madrid de los años 50 junto a su hermana (Nadia de Santiago). Montse sufre de agorafobia y lleva media vida encerrada entre cuatro paredes, rezando y trabajando como costurera. Su único contacto con la realidad es su hermana y una clienta hasta que aparece Carlos (Hugo Silva). 
Es bastante notorio el esfuerzo por meternos en un ambiente regido por un fanatismo religioso, unas normas que no por parecer antiguas están desaparecidas y una tensa relación amor-odio entre las principales inquilinas del siniestro piso madrileño. Ese objetivo de crear una atmósfera tan extravagante como tétrica se logra de cabo a rabo, lo que propicia que algunos momentos que ofrece la película queden perfectamente, por más que se empeñe en tirar otros tantos por tierra. Y no hablo en particular del desarrollo de sus personajes sino de las escenas ideadas para impactar.

Es inevitable no pensar en la Margaret White a la que diera vida Piper Laurie en Carrie durante los primeros compases de la película. Macarena Gómez está espléndida en un papel que parece que le viene como anillo al dedo. En un mundo al que ha decidido no enfrentarse, se ha hecho fuerte entre las paredes de su piso encomendándose a Dios y aceptando la divina y difícil tarea de criar ella sola a su hermana. Una hermana que oscila entre el cariño más inocente y la provocación propia de una adolescente y que acepta unas normas a regañadientes hasta que finalmente se rebela, consciente de que convive con una peligrosa desequilibrada. 
Cuando entra en escena Carlos todo se tambalea y Montse descubre una realidad a la que no está acostumbrada. En su descenso a la locura más sádica, su manera de exteriorizar el amor es pasar de Margaret White a la Annie Wilkes de Misery, con todo lo que eso conlleva. Es en esa parte cuando uno espera algo más, aunque bien es cierto que la película alcanza sus mejores momentos cuando no se toma en serio y se despendola. Pero en ese trayecto hasta un final muy poco logrado ya ha dado demasiados pasos en falso.


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