lunes, 21 de marzo de 2016

Mustang (Deniz Gamze Ergüven, 2015)


Canto a la rebeldía


"Esa fue la última vez que estuvimos todas juntas", se le escucha decir a Lale, la más pequeña de las protagonistas, en un momento de la película. Sus palabras suenan con un eco de nostalgia, también de premonición y con un deje de sufrir un destino casi inevitable, marcado a fuego por un pensamiento anclado en las más oscuras tradiciones de la época medieval. 
Todo lo que se nos cuenta en Mustang está soltado con una tremenda sencillez, con un aire cotidiano revestido de una melancolía entrañable que, por momentos, hace que olvidemos la crudeza de la historia que nos están transmitiendo.  
Lale, Nur, Selma, Ece y Sonay son cinco hermanas huérfanas que viven junto a su tío y su abuela en un pequeño pueblo en el norte de Turquía. Una mañana se bañan y juegan inocentemente con unos chicos en la playa, un hecho que cambiará sus vidas para siempre. Lo que es un entretenimiento de críos es visto por el pueblo como un acto obsceno, por lo que los familiares de las chicas deciden tajantemente encerrarlas en casa y prepararlas para convertirse en unas esposas serviciales mientras arreglan sus inevitables matrimonios.

Aunque pueda parecer que Günes Sensoy, Doga Zeynep, Tugba Sunguroglu, Elit Iscan y Ilayda Akdogan son hermanas, nada más lejos de la realidad. Pero su química inunda la pantalla y durante lo que dura el metraje, nos lo creemos.
Es casi imposible no comparar Mustang con Las Vírgenes Suicidas (Sofia Coppola, 1999), aunque también es cierto que la cinta guarda paralelismos con otros tantos dramas de corte social y más en particular con aquellas películas que denuncian la situación de la mujer en cualquier parte del mundo. Esa rebeldía militante se palpa en todos y cada uno de los fotogramas de Mustang, en la que Deniz Gamze Ergüven opta por un tono casi de fábula para exponer un drama social sin la necesidad de caer en la denuncia fácil y carente de alma. Y lo hace, precisamente, desde una cierta posición de privilegio si la comparamos, por ejemplo, con la de otros autores como Jafar Panahi, uno de los cineastas críticos de relieve -podemos encontrar paralelismos en Mustang de Offside (2005)- cuyo posicionamiento contra el régimen iraní le ha costado la cárcel. Ergüven, turca pero residente en París, utiliza muy bien su favorable situación geográfica que evita la censura, permite a su producto llegar más lejos y le confiere cierto tono universal a una historia asentada sobre los arcaicos parámetros de las tradiciones de la Turquía más profunda y que, según cuenta ella misma, está basada en una experiencia que vivió siendo niña.

La química de las cinco protagonistas inunda la pantalla, condición necesaria para llenar de realismo este pequeño pero necesario drama. Todas y cada una de ellas representan a la perfección su papel y su condición dentro la historia, expuesta en sus personalidades. Desde la que acepta su destino hasta la que se rebela contra él. Como si verdaderamente fueran hermanas, a través de sus ojos asistimos a la horrenda transformación de lo que debería ser un idílico verano para unas niñas de su edad en un duro castigo apoyado en unas normas incomprensibles que convierten su casa en una cárcel, sus días en un monótono entrenamiento para convertirse en las esposas perfectas y sus horas en una cuenta atrás para entrar directamente en la edad adulta sin haber disfrutado de una de las más bellas etapas de la vida. 
Porque una de las cosas que muestra Mustang dentro de su crítica social es como se destroza la infancia y la adolescencia por el apego a unas tradiciones. Y eso, ciertamente, produce cierta claustrofobia, sobre todo sabiendo que nos es imposible viajar atrás en el tiempo. La inocencia muere en la película de una forma tan sencilla e inevitable como dramática y salvaje.  Aunque eso sí, dentro de este mundo aún sigue existiendo el amor familiar -por pequeño que sea- que lleva a esconder alguna que otra trastada para evitar un severo castigo y se hace necesario subrayar que no se está generalizando ni juzgando al conjunto de la sociedad, como bien se muestra a través del personaje de Yasin (Burak Yigit).
Lale (Günes Sensoy) es la viva imagen de la rebeldía en "Mustang". La más pequeña de todas, necesitada de vivir su infancia, no tarda en darse cuenta que algo no marcha bien.

En medio de toda esta locura, Lale (Günes Sensoy), la más pequeña de todas, se muestra como el contrapunto rebelde. Una niña que, a pesar de su corta edad, ya sabe que algo no marcha bien y que su vida no está siendo como la de otras jóvenes. Intuye, sonríe y observa y no le gusta lo que ve y dentro de su pequeño mundo sabe que esos "trajes color mierda" siguen siendo el máximo exponente de unas tradiciones enfermas y opresoras, salvajes y machistas, retrógradas y ancladas en otro siglo. Porque la infancia y la adolescencia también son eso, un período de descubrimiento. Conformar un pensamiento crítico, enamorarse por primera vez, descubrir la sexualidad o saltarse las normas establecidas a base de travesuras como fugarse para ver en directo un Trabzonspor-Galatasaray. En medio de toda esa locura, uno se encuentra así mismo y al significado de la palabra "libertad", aunque este se muestre como algo difuso. Una libertad apoyada en la huída y simbolizada en la maravillosa Estambul. Una libertad tan necesaria como el conocimiento de los hechos que la manchan, algunos de los cuales están bellísimamente contados en esta pequeña joya.  

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